No aprendí a caer con dignidad pero me he dado la oportunidad de volver a intentarlo.
Paso del nihilismo a la obsesión en lo que dura un telediario, no metí la cabeza en el horno de milagro y cogí un tren sin preguntar de donde venía porque poco me importaba estar aquí o en un país inventado, sólo para mí, que oliera a recién estrenado.
La enfermedad de las mujeres que aman demasiado.
No sé qué intento aparentar si sé que, a pesar de los pesares, te querré hasta que se sequen los mares y así una sarta de patéticas cursilerías. Tú lo sabías.
Desde que sé de mis vértigos no me acerco a las cornisas.
Perdí hasta la vergüenza.
Quise hacer de mi experiencia un ejemplo a no seguir, alguien a quien no admirar, una muestra más de los efectos secundarios de la insensatez temprana.
Ya he confesado todos mis pecados, le puse al karma la otra mejilla sin quejarme y aún curo heridas que de vez en cuando se abren.
Soy más intensa que la mayoría y eso no me hace más lista, sino más flaca.
Apenas 50 kg me sostienen.
Quería algo, no sabía muy bien qué; afecto creo que era, o hierba o un café. Ahora puedo contar las costillas que se marcan a través de la camiseta, me ato bien los cinturones para no perder los pantalones y éstos brazos, que parecen dos ramas secas, abrazan igual o más fuerte que los vuestros, todos mis secretos.
Estoy al borde de ser borde y me contengo.
Valentina Maleza
marzo 23, 2019 at 9:29 am
me encanta como lo dices todo.
paseando por tu blog
acabo de descubrirte.
Me gusta la manera directa
de tus flechas en línea recta.
saludos.
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abril 3, 2016 at 5:38 pm
El final siempre es la mejor parte. Bravo.
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julio 3, 2016 at 1:24 pm
Un aplauso a ti que estás siempre ahí!
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abril 2, 2016 at 2:34 pm
Como siempre, es un placer en leerte ❤
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abril 1, 2016 at 1:55 pm
Gracias por tu ejemplo a no seguir, pero tan bien escrito.
Saludos
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