Cuando volviste a buscarme, ya no quedaba nada de mí en aquella habitación excepto las manchas de rimmel en la almohada.
Salí a escondidas, de madrugada, y me llevé hasta las bombillas, pero aquella cama de negro teñida por un sin fin de dramas, aquella triste acuarela, consecuencia de mis lágrimas, seguía oliendo a tí, no pude tocarla y así fue lo único que encontraste allí de mí.
Me fui.
Desaparecí en lo que duró el partido de la selección contra la prisa que tenías por verme.
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